Van acercándose las navidades y comulgaremos en los rituales de las mercancías. En medio del caos nos aferramos a nuestro credo con un fanatismo suicida demencialmente exaltado por los medios de comunicación.
Repetimos incansablemente el mantra del fetiche tratando de exorcizar los malos tiempos. Pero el espejismo tiene pocas probabilidades de sostenerse, por ello, en estas entrañables fechas podremos ver simultáneamente aglomeraciones en los centros comerciales y en las oficinas del paro. Y ambos hechos no son en absoluto incompatibles, precisamente para eso está la paguita. La pobreza ya no es excusa, todos podemos obtener nuestra cuota de mercancía.
En el reino de la abundancia los fetiches están al alcance de todos fortaleciendo la base de nuestra democracia, en la que poco importa tu color, tu nacionalidad o credo. Ni siquiera es ya importante el concepto de exclusividad que se reservaba a los productos de marca o exquisiteces de gourmet. Todos podemos probar en carne propia lo mal que nos sienta ponernos un Versace o comernos un par de kilos de langostinos, pues cada uno de ellos tiene ya su versión cutre (o low cost, en el vocabulario de la publicidad).
Igualmente, todos los españoles tendremos la oportunidad de engordar un kilo y medio a base de mantecados y mayonesa a los que habrá de sumar las horas perdidas en conversaciones familiares protocolarias o hirientes, mientras se suceden las estupideces ilimitadas de la televisión.
Igualmente, todos los españoles tendremos la oportunidad de engordar un kilo y medio a base de mantecados y mayonesa a los que habrá de sumar las horas perdidas en conversaciones familiares protocolarias o hirientes, mientras se suceden las estupideces ilimitadas de la televisión.
Por todo ello, la nocividad de las repugnantes navidades alcanzará nuevamente cotas aterradoras: desplazamientos en coche quemando combustible, iluminación decorativa tan cegadora como para ocultar la estrella de Belén, ingesta de alimentos que nos envenenan a nosotros y a la naturaleza (como el salmón o los insípidos langostinos), sustitución de gadgets informáticos obsoletos por otros más fútiles y caducos, acumulación de ropa y cultura como regalos más socorridos, etc.
Comprar, gastar y consumir hasta que acabemos con todo.
Comprar, gastar y consumir hasta que acabemos con todo.
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